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Heinrich Schliemann, un arqueólogo superdotado
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En Ámsterdam, el joven Heinrich Schliemann (1822-1890), que años más tarde descubriría nada menos que Troya, obtuvo un pequeño empleo burocrático que le dejaba tiempo para hacer lo que más deseaba en el mundo: cultivarse.

Decidió dedicar la mitad de su modestísimo sueldo a subsistir y la otra mitad a sus estudios. Para empezar, se obstinó en aprender inglés y puso en práctica un sistema propio, muy peculiar, al que se dedicó el resto de su vida con gran éxito, pues llegó a dominar quince idiomas.

El personalísimo método de Schliemann consistía en leer en voz alta una y otra vez cualquier libro redactado en la lengua que deseaba aprender, estudiaba su gramática cada día y se lanzaba a escribir en ella aún cometiendo graves errores, hasta dominarla. Para aprender la pronunciación del inglés acudía a todos los oficios dominicales de la iglesia anglicana e iba repitiendo en voz baja cada palabra del sermón que escuchaba.

Además, descubrió que aquel método fortalecía considerablemente su memoria, la cual se desarrolló hasta el extremo de que –según contó él mismo– podía recitar de corrido dos novelones (Ivanhoe y El vicario de Wakefield), cuyas ediciones actuales suman unas 700 páginas.