Algunos duermen en casas de vecinos y otros en la de familiares. La mayoría pasa el tiempo en la zona en la que vivieron.
Donde había hogares el pasado sábado, los afectados han improvisado un fogón para cocinar y los niños, que deberían estar en su último día de clases, están jugando unos con ropa que les han facilitado y otros descalzos y en calzoncillos. No les quedó ni un cuaderno ni un juguete.
Ninguna de estas 22 familias pudo sacar algo a la hora del incendio, dicen que todo sucedió muy rápido y solo tuvieron tiempo para salvar sus vidas.
Luego de este siniestro, en el que, felizmente, no se perdió vida humana, a los afectados les preocupa saber dónde dormirán, qué comerán y cuál será el destino que les espera.
“Yo quiero mi casa, aunque sea eso. Soy madre soltera de dos hijos y no tengo nada”, dice preocupada Dominga Cuevas, quien ha recibido abrigo en casa de una vecina.